Daniel Weil


Para Luis de Pauloba, torero.

En la primera corrida, a la que asistí en mi vida, toreaba Luis Pauloba, acompañado por Cristo González y algún otro joven novillero de aquellos tiempos, a comienzo de los noventa. El evento era en Chiclana, en una plaza portátil. Por mi amistad con Paco Acosta, había conocido a su padre Don Antonio Acosta, entusiasta aficionado a los toros, que me acompañaría a mi primer corrida.

Había llegado a los cosa de los toros, por el tal Hemingway, La Muerte en la Tarde, Fiesta y sus relatos, acerca de la historia de los astados.

Recuerdo que aquella, fue una tarde de invierno, soleada y límpida. El entusiasmo y el entorno que giraba alrededor de aquel mudillo, me deslumbró.

El Pauloba, se reponía de unos meses de inactividad, había sufrido en Cuenca, una fuerte cornada, que le había fracturado el maxilar.

Era su reaparición.

En lo que queda de memoria, recuerdo que vestía de blanco, y que intentó cuanta cosa pudo frente a sus dos toros. Que el segundo era mas peligroso, y que cada vez, se acercaba mas y mas al cornúpeta. Don Antonio, se encontraba inquieto y me decía que debía matarlo rápido, el astado presentaba muchas dificultades, para que el torero saliera airoso, en la forma que lo estaba haciendo.

Luis Ortiz Valladares hizo y se jugó todo, hubiera sido el toro que hubiera salido. Así se enfrentó a los toros siempre.

Por el temor que mostró mi compañero, comprendí por primera vez, que a quien ama la Fiesta, quiere al hombre que en ella se juega la vida. Que lo que se quiere observar, es la comunión y no la lucha. Aunque el toro deba morir en los finales.

El resto del encuentro fue agradable, pleno de colores y nuevas emociones. Desde aquella tarde, el seguimiento del mundo de los toros, fue siempre a más.

A pesar de mi residencia en Buenos Aires, mis viajes a Andalucía en cualquier época que fuera, me acercaba a corridas y festivales. Generalmente en el invierno u otoño andaluz. Recibía revistas y videos taurinos, a través de mis amigos, y los pocos programas que llegaban por la TVE. Tuve la oportunidad de ver corridas en Méjico y Ecuador, donde fui por mi profesión ocular. Y me metí en cuanta literatura, pude embucharme.

En uno de aquellos Congresos oftalmológicos en Méjico, fui invitado a Morelia, por mis amigos Tovilla, padre e hijo oftalmólogos. Me tenían preparado un regalo, un espectáculo con tres toreritos muy jovencitos. En ella me presentaron, también al dueño de la Plaza, al médico y a diferentes personajes que rodean el ambiente taurino, de Morelia. En una de aquellas conversaciones le propusieron a mis compañeros, hacer una exposición de problemas oculares, en un Congreso de Cirugía Taurina que se realizaría dos meses mas tarde. Ambos me lo propusieron de inmediato. Recuerdo a Tovilla padre preguntándome que opinaba de la idea. Que locura pensé, que oportunidad, poder abrir otra puerta de la Tauromaquia. Inmediatamente, dije que sí, que haría todo lo posible. En el acto pensé que seria difícil armar algo, sin ninguna experiencia en cornadas, aunque si en trauma óculo-orbitarios. Algo podría hacer, le sacaría lustre de cualquier manera.

A mi retorno a Buenos Aires, confirmé mi presencia para dicho evento y concordamos que presentaríamos entre padre e hijo y yo, una mesa redonda oftalmológica. Se denominaría Trauma Ocular ocasionada por Asta de Toro. Comprometiéndome a organizar el basamento de la clase, que habríamos de mostrar.

Comencé revisando todas mis revistas, mis libros y búsquedas en Internet. Entre los cuales encontré datos de toreros con diversas lesiones, oculares y faciales. Estadísticas de ese tipo de lesiones y cuanto menester fuera interesante, iba sumando a mi trabajo.

Entre todas aquellas averiguaciones, recordé al Pauloba, de mi primera experiencia, que había recibido un trauma facial, y entonces investigué el caso. Confirmé que había sufrido una cornada en Cuenca, muy severa y por eso sometido a algunas reconstrucciones faciales. Pero como consecuencia de dicha lesión había perdido gran parte de su agudeza visual, en el ojo izquierdo. De alguna manera la lesión debía haber comprometido el piso de la órbita, con un trauma sobre el globo o sobre el nervio óptico. Muy característica de las fracturas maxilares que comprometen la visión. También conseguí algún documento donde el mismo comentaba, que en algunas corridas tenia problemas por las dificultades de la visión. El caso de Pauloba fue uno de mis ejemplos más importantes, en mi experiencia con los traumas orbito-faciales y una de las anécdotas taurinas importantes, que presenté en dicho Congreso.

Ahora a marzo del 2004, radicado ya en tierras sevillanas, en mi seguimiento de cuanto espectáculo taurino haya. Encontré en las revistas semanales, que en unas semanas en Aznalcollar, su pueblo, participaría, el mismo, de un festival en ayuda de los discapacitados, de su comunidad.

Llegó el día y allí fuimos con mi esposa, a ver a mi admirado Pauloba, lo acompañarían José Luis Borrero de Sevilla y Mario Coelho un joven torero portugués, con la presencia de un joven rejoneador, José Luis Cañaveral.

Aznalcollar, al oeste de Sevilla, es una ciudad bonita donde quedan restos romanos y en su época árabe tuvo tiempos de esplendor. Tomando el camino por San Lucar La Mayor. Desde donde hay unos 10 Km. de verdes praderas que recuerdan en algo la Provincia de Buenos Aires. Llegamos a la 3 y media de la tarde. La Plaza, era una portátil, ya instalada en medio del pueblo. Sacamos nuestras entradas y nos tomamos una tapitas con cervezas en el Bar Los Arcos, ya en plena ebullición pueblerina por el festejo.

En la entrada a la Plaza encontramos a Raúl Morales, el era el cirujano taurino a cargo de la corrida, a quien habíamos conocido en otra reunión. Un gran especialista, muy aficionado a la torería, con quien conversamos un rato.

Regalaban claveles rojos en la entrada y el sol primaveral, se comportaba espléndido.

El Pauloba presidía el Paseillo, como torero principal y vestía de azul francia y oro. Con sus compañeros de festival, inauguraban el evento benéfico, a toda orquesta. Los alguaciles, las cuadrillas, las mulillas, los monosabios, coso completo a pleno sol.

En el último año, ¨El Pauloba¨, había toreado poco, y le haría seguramente, una gran ilusión, participar en un festival de su pueblo.

En su primer toro mostró su saber, ajustado en sus verónicas, de movimientos delicados. Mostró su temple y su valor, nada indicaba en sus movimientos alteración alguna, ni destiempos. Naturales y pases de pecho a estilo.

Había recorrido un camino en la historia de los toros. Había realizado faenas de recuerdo en Sevilla, Madrid y Barcelona. Siempre con mucho valor. No en vano le han realizado una biografía. Paseó la muleta con maestría y estuvo a la altura que se pretendía. Mató de una estocada, y tuve el emotivo honor de verlo pasear un rabo delante de mí. Un estrabismo divergente hablaba, de su severo problema visual en su ojo izquierdo. Que cojones torear, sin vista en profundidad, sin estereopsis para la fisiología ocular. Me conmovió la vuelta al ruedo del Pauloba.

Creo que solo habiendo, aprendido a hacer las faenas soberanamente, se puede desarrollar el toreo, con un solo ojo.

Seria imposible emprender ese sinuoso movimiento al borde de los cuernos del toro, y crecerse hasta el vuelo. Creo que el más que ver, es la pura intuición, que permite al hombre aguantar ese fenomenal movimiento.

Que la muerte mienta en afán de rozar ese muslo.

Los otros toreros, respondieron bien al reto, que les presentó la tarde.

Entre toro y toro. Los monosabios juntaban los claveles y los lanzaban al público. Las tres mulillas, se desbocaban y se hacían difíciles de manejar. Dos chavalas de unos 15 años, piropeaban alegremente las vueltas al ruedo de los toreros, con sus: ¡guapo!, guapo¡ La orquesta sonaba aunque algo desordenada, batiendo a todo paso doble.

La tarde se iba, lenta, el sol ya estaba casi guardado, tras Aznalcollar.

 

Pauloba para siempre.

Salute Maestro.